Entrevista en la Revista Baquiana

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Celia, lo mejor de nosotros

En este Mes de la Mujer, deseo rendir homenaje a algunas de las muchas que a través de mi vida he tenido el privilegio de conocer y a quienes admiro y agradezco sus aportes en distintas ramas de la cultura. Comienzo con este artículo escrito al morir Celia Cruz, porque ella encarna, en verdad, lo mejor de los cubanos.

Celia Cruz y Uva de Aragón, FIU, 1992

     Todos –y ella también– conocíamos de la grandeza y la fama de Celia. No tuvo que morir para recoger aplausos, premios y  elogios que no erosionaron su elegante sencillez.  Pero nadie previó la conmoción mundial que ha causado su muerte.  Los rotativos más importantes le han dedicado páginas y páginas. The Washington Post, hasta un editorial.  Se recibieron visitas o mensajes de pésame de los más altos dignatarios. Famosos artistas la acompañaron en su última gira. En Miami y en Nueva York, sus admiradores le dijeron adiós en un velorio que mezclaba el dolor de su partida con la alegría que nos legó en una música que la sobrevive. Cubanos, venezolanos, puertorriqueños, mejicanos, españoles, argentinos, nicaragüenses, todos dijeron presente. Viajaron desde lejos. Hicieron cola bajo el sol. Llevaban banderas, letreros, estampitas, fotos de Celia, sobrecitos de azúcar prendidos a la ropa. “La negra tiene tumbao” escribieron en sus camisetas. Lloraban, reían, aplaudían, rezaban, bailaban. Todo en la mayor armonía, el mayor respeto. Y como si un hálito de poesía los animara, hablaban a la prensa en hermosas frases: “Celia es la estrella de la bandera.” “Celia es la garganta de la isla”. “Se nos fue la reina negra”. “Se llevó el azúcar para el cielo.”

     ¿Qué extraño secreto guardaba esta mujer que conquistó tanta fama como cariño?  Celia poseía las mayores virtudes de los cubanos, y ningunos de nuestros defectos.

     Los cubanos nos hemos destacado en todo (o casi todo): –literatura, artes plásticas, ballet, medicina, negocios, docencia, béisbol, boxeo, ajedrez, esgrima– pero en ningún campo hemos mostrado mayor talento que en el de la música.  De Esteban Salas a Leo Brauer, de Ignacio Cervantes a Manuel Barruecos, de  José White a Aurelio de la Vega, de Eduardo Sánchez de Fuente a Julián Orbón, de Ernesto Lecuona a Silvio Rodríguez, de Gonzalo Roig a Pablito Milanés, de René Touzet a Arturo Sandoval, de Sindo Garay a Polo Montanés,  de Esther Borja a Albita, de Compay Segundo a Paquito D´Rivera, de Elena Burke a Olga Guillot,  de Jorge Bolet a Olga Díaz, de Bola de Nieve a Chucho Valdés, de Rita Montaner a Gloria Estefan, del Trío Matamoros a los Van Van, de Benny Moré a Celia Cruz, la lista de compositores e intérpretes que han paseado nuestra música por la isla y por el mundo entero sería interminable. Y en esa constelación,  Celia brilló con luz propia. Por su innato talento. Por su voz inigualable. Por el ritmo de su cuerpo. Por su capacidad de trabajo. Su profesionalismo. Su calidad humana.

     Celia nació pobre, mujer y negra. La situación política en su país la convirtió en exiliada. Estas desventajas no la desanimaron. Su exitosa carrera musical representa, también, el triunfo del espíritu emprendedor de sus compatriotas sobre todas las adversidades.  Su matrimonio con Pedro Knight, los lazos tan estrechos que la unían a sus hermanos, sobrinos, ahijados  e íntimos son reflejo de los valores de familia y amistad de la Cuba mejor. 

     Supo combinar la disciplina más férrea con la espontaneidad más natural.  Siendo la más cubana de las cubanas, también fue la más universal. No sólo cantó en el mundo entero, sino que incorporó ritmos de otras tierras a los de la suya. Permitió, como Martí quería, que el mundo se insertara en Cuba.

     La humildad no es característica que nos distinga. Los hijos de la Perla de las Antillas solemos creer que nos las sabemos todas. Celia, sin embargo, escuchaba consejos. Nunca la fama alimentó su vanidad. Por el contrario, sus triunfos la hicieron más accesible a su público. Para cientos de jóvenes artistas no sólo fue ejemplo y guía, sino que los ayudó en  cuanto estuvo a su alcance. Compartió escenarios con todos: desde Pavarotti a nuevos talentos.

     Se mantuvo vigente hasta el final, porque no quiso, como otros, vivir del pasado. Su reloj no se detuvo el día que se fue de Cuba ni vivió de la nostalgia. Se reinventó a sí misma a cada paso. Por eso su éxito fue inagotable. Por eso generaciones y generaciones han bailado y bailan con sus discos. Yo lo hice en mi adolescencia con su “hierberito”. Hoy mis nietos se contonean al ritmo de “La vida es un carnaval”.

     A Celia nunca se le escuchó una palabra peyorativa sobre nadie. Parecía alérgica al chisme, las capillitas, los celos, las mezquindades. Su generosidad no tuvo límites. Dio de su tiempo y talento a importantes obras caritativas, como la Liga Contra el Cáncer.  También se daba de otra forma: con una palabra cariñosa, un gesto inesperado, la dedicatoria en una foto, el envío de una postal de su puño y letra.  Muchas anécdotas sobre Celia reflejan esa capacidad suya para el toque íntimo, personal.

Le dolía no poder cantar en su Patria. Pero cantó para ella  en todos los escenarios del mundo. Nunca se dejó utilizar ni por tirios ni troyanos.   Supo distinguir entre el estado y la nación, entre la ciudadanía y la nacionalidad. Por eso no necesitaba retórica barata ni estridencias altisonantes. Lo suyo era Cuba, y llevar alto su nombre. Sus éxitos eran los de la nación, y lo sabía. Quizás, por eso, la decencia y la sencillez presidieron todos sus actos.  No importaba que llevara pasaporte americano. Apenas hablaba inglés. Su garganta estaba hecha de tambores y huracanes. Su corazón, de azúcar. Su cuerpo se movía con la gracia de un cañaveral. Los colores del trópico –naranja sol, azul Varadero,  blanco cresta de ola, verde cañaveral,  plata de luna– rompían en arco iris en sus vestidos y pelucas.

Nos daba, entre tantos regalos, lo que más tenía: tumbao, carnaval,  son, guaracha, alegría de vivir. Pero nos dio más. Nos dio un ejemplo de serena dignidad, una lección callada entre tanta sandunga. Al final, cumplió el deseo de su padre de ser Maestra, y con mayúscula.  Criolla y cosmopolita, risueña y profunda, populachera y elegante, en su música dejó un legado imperecedero que trasciende tiempo y espacio. Vence a la muerte.

Celia reinó en una isla que nunca tuvo monarquía. Se fue de Cuba pero vivía también allí. Como Cuba vivía en ella. Representa, sin duda, lo mejor de nosotros.

          Publicado en Diario las Américas, 24 de julio de 2003, y reproducido en mi libro Morir de Exilio, Miami: Ediciones Universal, 2006, 159-161

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La otra esquina de la palabra

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En «El Camagüey»

https://www.elcamaguey.org/uva-de-aragon-manuel-marquez-sterling-el-periodismo-virtuoso#=

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Martin Luther King, Jr., ¿cumpleaños feliz?

Hoy el Reverendo Martin Luther King, Jr. hubiera cumplido 95 años. Es difícil imaginar con esa edad a este líder del movimiento de los derechos civiles en Estados Unidos, asesinado en Memphis, Tennessee, el 4 de abril de 1968, a los 55 años.  Era un hombre bien parecido, elocuente, con una visión clara de su propósito en la vida: eliminar la discriminación racial y étnica, sin poner en peligro la unidad del país.  Sus maestros habían sido Mahatma Gandi y su compatriota Henry David Thoreau. Sabía que la violencia engendra más violencia. La desobediencia civil sería su mejor arma.

El carismático predicator Martin Luther King, Jr.

¿Qué hubiera sucedido en este más de medio siglo si no hubiera muerto King?  Tal vez no se hubiera convertido en el icono que es hoy, y ni siquiera hubiera habido una fiesta oficial para celebrar su cumpleaños.  Tal vez ahora fuera un anciano con problemas de memoria protegido de la prensa por sus familiares.

Solo es posible especular sobre si King hubiera alcanzado más logros para los de su raza y otras minorías si hubiera vivido más años, pero sí podemos afirmar con certeza que sus metas no han sido alcanzadas.  Una búsqueda somera nos confirma que los Afroamericanos son más pobres, menos educados, con más madres solteras y más hombres presos que ningún otro grupo. Habrá quien sin duda los culpe a ellos, pero en mi opinión la sociedad no ha podido o no ha querido ayudarlos a mejorarse.  Es como si tuviera un punto ciego que no le permitiera ver el beneficio para todos de un país con una distribución más equitativa de los bienes.

Monumento de Martin Luther King, Jr, en la capital de Estados Unidos

El problema del racismo es tanto o más grave en Estados Unidos actualmente que en la era de King y se manifiesta de muchas maneras. Institucionalmente, donde es más visible es en el trato que reciben los afroamericanos de la mayoría de los cuerpos policiacos. El asesinato de George Floyd es el caso emblemático, pero ha habido muchos más. Lo cual no quiero decir que haya que eliminar la policía, ni que no existan muchos que hacen bien su trabajo.

El racismo peor, sin embargo,  viene de la propia población y cuenta con instigadores. No está dirigido solo a los afroamericanos, sino también a los judíos, los hispanos, los asiáticos, las mujeres. Hay un resentimiento enconado contra todo el que sea distinto. La comunidad LGBTIQA está en riesgo. No se censuran ya solo a personas. También las ideas, los libros. Pocos estamos seguros. La falta de un debate nacional honesto sobre como resolver el gran problema de la frontera (con vistas a eliminar los peligros para el país, pero también con un trato más humanitario para los que buscan refugio) es muestra de una xenofobia y un etnocentrismo agudos, primos hermanos del fascismo y el nazismo.  Lo escribo a conciencia. Las ideologías promulgadas por Benito Mussolini en Italia y por Adolf Hitler en Alemania en las primeras décadas del siglo XX son una combinación de nacionalismo, populismo y autoritarismo con un culto hacia un pasado glorioso de la nación.  Postulan el rechazo a los extranjeros, las minorías étnicas y sexuales.  Sólo un ciego puede estar al tanto de la realidad de Estados Unidos y no ver las muestras de estos peligros.

La polarización del país que tanto hizo King por evitar es aguda y compleja. Este año electoral que comienza será clave en el destino del país. Por el momento, cuesta trabajo desearle un cumpleaños feliz al carismático predicador que murió por una causa que dista mucho de haberse realizado.

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Al pie de la memoria

Publicado en Diario Las Américas, 5 de junio de 2003

            Habla con acento andaluz. Su corazón es dulce y cubano como la caña de azúcar. Posee el pulso firme de un buen editor.  Felipe Lázaro, el otro “gordo”, el de Madrid, poeta, buen amigo, alquimista de proyectos culturales, director de revistas y editoriales, fundador  en 1987 de “Betania”, acaba de publicar, bajo el sello de esa casa,“Al pie de la memoria. Antología de poetas muertos en el exilio (1959-2002)”.

     El libro –-salta a la vista-– está hecho con cuidado y amor.  Entre las imágenes de la portada y contraportada —Cachita y Ochun Offering, pintadas en 1980 por Domingo Poublé, cubano exiliado,  fallecido en Nueva York–  se recogen datos biográficos y  de tres a ocho poemas de 35 poetas cubanos que han cerrado los ojos para siempre lejos de su Patria.

     El volumen abre con “Presentación del poeta muerto” de Manuel Díaz Martínez, miembro de la generación del 50, un bellísimo poema que tienta transcribir íntegramente, pero del que nos limitamos a escoger estos versos tan exactos: “Las palabras son la parte sin muerte de los poetas./ Por lo pronto son el tobogán de salvamento/entre su espectro y el vacío.” Las páginas preliminares incluyen asimismo una introducción de Felipe Lázaro, donde recuerda a otras figuras notables que han fallecido en el destierro, y explica el papel que han tenido los exilios en la literatura cubana. Y, como pórtico ya a la poesía, “A un poeta muerto” de Eugenio Florit, de cuyos primeros versos surge el título de la obra: “Yo, con tu verso al lado/sigo viviendo al pie de la memoria.”

La antología, ordenada por la fecha de nacimiento de los autores, comienza con Emilia Bernal (1884-1964), esa increíble mujer, insuficientemente valorada durante su vida y en su muerte, que tradujo poemas del portugués, ofreció conferencias en la Sorbonne, escribió ensayos, una novela basada en su infancia durante la Guerra de Independencia, y media docena de poemarios en los que a menudo canta a un “dulce amor secreto”. Termina el libro con Roberto Valero, el poeta más joven, –es decir, el nacido en fecha más reciente, 1955–, de la generación del Mariel, quien, al pie de “mi” memoria, será siempre un joven con mirada de asombro, y quien sin embargo supo escribir con adolorida sabiduría, “Las islas son hermosamente tristes,/sus habitantes sueñan siempre un día,/una fecha/el instante en que el mar se va a partir en dos/y dos serán las vidas/los recuerdos.”

 A pesar de la diversidad de generaciones y estilos, hay ejes de unión entre los poemas.  Abrimos el libro y sentimos olor a mar, brisas marinas, arenas húmedas. Es un cuaderno hecho de sol y recuerdos, de palmas y nostalgias, de caña brava y heridas, de isla y sueños de regreso. Desde sus versos caminamos las calles de La Habana y la infinita soledad del desterrado. El amor a Cuba y el dolor del exilio recorren estas páginas que cobijan como la sombra de los almendros. Arrullan como las nanas de la infancia. Golpean como el desgarramiento de un adiós. Calan como un aguacero de trópico.

 Los poetas no sólo escriben de Cuba. Le cantan al amor, a la vida, al absurdo. Expresan sus angustias metafísicas. Sueñan la muerte.  La selección incluye poemas ya clásicos de la literatura cubana, como “Las carretas en la noche” de Agustín Acosta, “Testimonio del pez” de Gastón Baquero y “Martirio de San Sebastián” de Eugenio Florit, y otros que llegarán a serlo, como “En tiempos difíciles” de Heberto Padilla y “La isla” de Pura del Prado. Hay que destacar el criterio tan acertado del editor al elegir los poemas, pues la calidad nunca decae.

Mi opinión sobre esta antología no es, no puede ser, no desea ser parcial. De los 35 poetas antologados, conocí personalmente a veintiséis. Muchos fueron mis amigos. A algunos los vi siempre como a maestros. Otros fueron compañeros de generación, congresos, tertulias,  aulas. A un gran número les escuché leer sus versos y ahora sus voces me saltan de las páginas.  Los escucho: Florit con sus “c” tan correctas;  Baquero y su voz de trueno; Lucas Lamadrid y su decir de gracejo irónico; Ana Rosa Nuñez, suave cadencia en las palabras y el silencio; Pura y su canto santiaguero; José Mario, risa pícara en  noches de San Isidro; Reinaldo Arenas, inocencia y malicia en cada sílaba; Amando Fernández,  el acento de la Madre Patria y el rostro de la muerte temprana asomando en cada verso.  Es como si todos hubieran salido de sus tumbas y se hubieran reunido, en un extraordinario recital, una gran fiesta de poesía que le saca la lengua a la muerte y los devuelve a la vida.

Algún día, quizás, pueda hacer un estudio serio de este libro. Hoy basten estos apuntes para agradecerle emocionada a Felipe Lázaro que haya guardado  para la memoria colectiva de los cubanos y de los amantes de la buena literatura, este testimonio de talento, sensibilidad, dolor, amor y poesía de nuestros bardos. Invito a los lectores a adquirir “Al pie de la memoria. Antología de poetas cubanos muertos en el exlio (1959-2002.)” Es un libro para leer tranquilos, en las horas antes del sueño. Para regalar a los amigos, a los hijos. Para incluir en un curso de literatura. Para enviar a Cuba.   

Obra custodiada por las deidades  –Cachita en la portada, Ochún en la tapa última– yace abierta al mar, como isla de poesía en el archipiélago de nuestras letras,  cubanísima y universal, escrita con la savia de las ceibas, el sol y la noche. 

NOTA; Este libro se puede adquirir, encargándolo en cualquier librería española o mediante pedido a la distribuidor de Betania, MAIDHISA: (Email: ismaroto@hotmail.com ) o por teléfono: 011 34 91- 670-2189. (Preguntar por Montse). PV (Precio): 20.00 euros más gastos de envío.

                 

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El sueño frustrado de Mario Vargas Llosa

           Durante mi primera lectura del cuento de Mario Vargas Llosa “Los vientos”, pensé que había un error de imprenta cuando encontré un párrafo idéntico a uno que aparecía con anterioridad. No se trataba de una equivocación. Era una de las formas en que el autor nos muestra que su personaje –ese hombre de avanzada edad que da vueltas por Madrid sin poder encontrar su casa– padece de algún tipo de demencia senil que hace que se repita constantemente.

              Leyendo su última novela Le dedico mi silencio  sufrí una confusión parecida. El libro alterna la narración en tercera persona del quehacer de Toño Azpilcueta, un crítico de música mediocre,  con los apuntes en primera persona del aspirante a musicólogo.  Por breves páginas creí que este narrador era Vargas Llosa y no reconocía su estilo. Bien pronto comprendí que el autor era más bien un ventrílocuo que imitaba la voz de Azpilcueta, un hombre gris que vive una experiencia casi mística el escuchar tocar al guitarrista desconocido Lalo Molfino.  Hay tal magia en los acordes que todo lo demás se acalla, se torna silencio. A partir de ese momento Toño Azpilcueta sueña que la música, especialmente el vals peruano, unirá a su país, y logrará que los diversos grupos étnicos y las ideologías encontradas convivan en armonía. Tanto se empeña Toño en escribir el libro perfecto que haga realidad su aspiración que llega a enloquecer, aunque en el último capítulo parece haber recobrado el equilibrio y una vida igualmente corriente a la de antes, pero ya sin ilusiones o delirios de grandeza.

              Al convertir a Azpilcueta en un personaje/narrador, Vargas Llosa se permite ofrecernos una gran cantidad de datos sobre la música peruana sin el rigor que hubiera necesitado en un ensayo o incluso si no estuvieran dados en la voz de un hombre anodino.  No dudo de la veracidad de la información. Me refiero a la forma algo desorganizada o poco sofisticada en que escribe el periodista de poca monta que es Azpilcueta. Hay más. La novela hace hincapié en la huachafería peruana, es decir, la cursilería.  Toño no escapa de esa forma de ser pretenciosa y de mal gusto. Como sucede a menudo,  atribuye a la identidad peruana características que pueden observarse en otros países. Es comprensible. Después de todo, Toño Azpilcueta no tenía gran cultura ni había viajado mucho.

              No puedo dejar de enmarcar “Le dedico mi silencio” dentro del resto de la obra de Mario Vargas Llosa. Don Mario ha sido desde sus inicios un escritor comprometido con la realidad y con su país natal, al que ha dedicado miles de páginas. En sus novelas  se adentra en las diversos paisajes y barrios del Perú, los cuales a menudo recorre para describirlos con realismo. Su última novela no es una excepción. Vargas Llosa, sin embargo, nunca se queda en lo exterior. Va a la esencia.  Quiere hacer pensar. Desde su primera novela  La ciudad y los perros  ha denunciado el militarismo, las dictaduras, la corrupción, el racismo, la marginalidad, el terrorismo. En Conversación en la Catedral, obra temprana que lo consagra dentro del boom latinoamericano, aparece la famosa interrogación sobre cuándo se jodió el Perú.  Desde hace más de medio siglo el escritor no sólo ha querido saber cuándo, sino también cómo y por qué sus país y toda “Nuestra América” ha ido por mal camino.   En busca de soluciones fue incluso capaz de estar dispuesto a sacrificar su carrera literaria y aspiró a la presidencia de Perú, intento fracasado para fortuna de nuestras letras.

Mario Vargas Llosa

              Ahora, en lo que ha declarado será su última novela, se esconde tras su personaje para ofrecerle a su patria el canto del cisne. Le dedico mi silencio es la historia melancólica de un sueño fracasado, de un Perú que no ha llegado a la altura que imaginó Mario Vargas Llosa. El gran escritor se achica, modera su voz sabia y talentosa, para ponerse al nivel no ya de los héroes discretos sino de los huachafos.  Es un acto de humildad y de humanidad que de alguna forma me causa una profunda tristeza, la misma que cuando comprendo que nunca veré la Cuba mejor que hace décadas vislumbro inútilmente.

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Cuarta edición de Memoria del silencio

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«La casa de la Calle G» de Lisandro Pérez

Cubanosamericanos escriben sus memorias; “La Casa de la Calle G” es la última entrega | Opinión

POR UVA DE ARAGÓN

Publicado en El Nuevo Herald el 12 DE NOVIEMBRE DE 2023

En los últimos años ha habido una tendencia entre cubanosamericanos de escribir nuestras memorias. Es natural. Hemos llegado a una edad en que podemos mirar hacia el pasado con perspectiva y, más importante aún, nos sabemos herederos de historias de familia que se perderán si no las dejamos asentamos sobre el papel. Tal es el caso de Lisandro Pérez y “The House of G Street: A Cuban Family Saga” (New York; New York University, 2023), recién publicado por el profesor Pérez, amigo y colega de nuestros años en FIU.

Pérez cuenta con una ventaja que no todos los autores poseen. Desde niño, y así lo anota en el prólogo, desarrolló una imaginación sociológica, es decir, la habilidad de observar los vínculos entre la historia y la vida personal. La trayectoria de la familia materna, los Fonts, y la paterna, los Pérez, está enmarcada en los acontecimientos históricos, políticos, sociales y económicas desde finales de la era colonial hasta los primeros años de la República.

Con perfección geométrica, Pérez describe los espacios públicos y los privados, las profesiones de sus antepasados y la intimidad en sus hogares, la influencia de Estados Unidos y la cubanidad de los personajes, los hitos de la historia y de la familia. Se recrean los ambientes políticos y los de la casa, tales como la secuela de una elección deshonesta o los almuerzos de domingo con multitud de tíos, tías y primos en la gran casa de la calle G. La prosa es de una exactitud asombrosa. Admira la descripción detallada tanto del proceso de cultivar y exportar tabaco (a lo que se dedicaba la familia paterna) como del bargueño donde el abuelo materno guardaba su colección de sellos.

Casa de la Calle G

Hay escenas conmovedoras, como la muerte de su abuela durante su niñez. El autor, sin embargo, siempre encuentra ese justo medio aristotélico tan difícil, pues expresa los sentimientos de forma contenida, y evita el peligro de caer en lo cursi. Utiliza el humor para aliviar tensiones. Las escenas dramáticas conviven con anécdotas divertidas.

Es un libro que hace llorar y reír, pero más importante aún, nos hace pensar, pues muchas veces introduce una mirada oblicua que ilumina de un modo distinto conceptos arraigados en la historiografía cubana. Daré un solo ejemplo: la influencia de los Estados Unidos en la economía republicana ha sido objeto de crítica por tirios y troyanos; sin embargo, el autor nos muestra el beneficio que trajo a muchos cubanos, no sólo a los de arriba, sino a los más humildes, como, por ejemplo, los vegueros.

En gran parte del libro Pérez es a la vez historiador, sociólogo, inteligente observador, analista y cuentista. Se apoya en una amplia investigación y un cúmulo de conocimientos de la historia, y de la intrahistoria familiar. Todo lo documenta con rigor y con una invaluable cantidad de fotografías. En al último tercio del libro, Pérez se convierte en protagonista pues nos narra su infancia en Cuba, sus estudios en el colegio Lafayette, las tardes de merienda en el Ten Cent y matinés de cine con su madre, sus veranos en el Yacht Club, y como la violencia que va asomándose a la ventana de su aula, lo lleva a la lectura de los periódicos y a una mayor conciencia de la realidad que lo rodea.

Narra magistralmente los principios de la Revolución que lleva a muchos de sus familiares y finalmente a sus padres y a él a marcharse de Cuba. Termina una etapa de su vida que sólo podrá recrear en la memoria.

Muchos lectores, como me ha sucedido a mí, se verán reflejados en distintos pasajes, pues todos tuvimos parientes que jugaron papeles importantes en nuestra vida. Asistimos a escuelas y clubs, y merendamos en el Carmelo. Todos nos vimos afectados por la violencia política y el gran vuelco que dio Cuba con la Revolución de enero. Cada uno de nosotros recuerda con exactitud la fecha en que se fue de la Isla.

Aunque Pérez se adapta fácilmente a la vida en Estados Unidos, en cuanto tiene oportunidad, veinte años más tarde, regresa a Cuba. Lo que siente me reafirma mis propios sentimientos en ese primer viaje a la Isla, en mi caso cuarenta años después de irme. Expresa la importancia del reencuentro con los lugares y agrega: “Mis recuerdos de infancia, congelados en el tiempo, revivieron y se renovaron al ver con ojos de adulto los sitios donde tuvieron lugar.” En efecto, ese primer viaje de regreso nos ratifica que nuestros recuerdos no son producto de la imaginación, sino que se ajustan a la realidad. Al fin nos podemos adueñar de nuestras memorias, parados metafóricamente y literalmente sobre tierra firme.

Pérez ha escrito un gran libro, al que auguro éxitos y premios. Es también un libro bueno, que recrea y exalta los valores de la familia cubana. Será un excelente regalo de Navidad para hijos y nietos, pues la historia que narra, aunque muy personal, es también nuestra y de nuestros descendientes. Gracias, Lisandro.

Uva de Aragón, escritora y periodista cubana, es miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE) Nota:

“The House on G Street” puede comprarse en New York University Press o en Amazon.

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Lanzamiento de cuarta edición de «Memoria del silencio»

El libro podrá comprarse esa tarde en la Biblioteca o ordenar a Amazon a https://www.amazon.com/Memoria-del-silencio-Spanish-Arag%C3%B3n-ebook/dp/B0CHCWT4L8/ref=sr_1_1?crid=4HUTK6M5E56U&keywords=uva+de+aragon+memoria+del+silencio&qid=1699554892&sprefix=uva+de+aragon+memoria+del+silencio%2Caps%2C80&sr=8-1

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