Celia, lo mejor de nosotros

En este Mes de la Mujer, deseo rendir homenaje a algunas de las muchas que a través de mi vida he tenido el privilegio de conocer y a quienes admiro y agradezco sus aportes en distintas ramas de la cultura. Comienzo con este artículo escrito al morir Celia Cruz, porque ella encarna, en verdad, lo mejor de los cubanos.

Celia Cruz y Uva de Aragón, FIU, 1992

     Todos –y ella también– conocíamos de la grandeza y la fama de Celia. No tuvo que morir para recoger aplausos, premios y  elogios que no erosionaron su elegante sencillez.  Pero nadie previó la conmoción mundial que ha causado su muerte.  Los rotativos más importantes le han dedicado páginas y páginas. The Washington Post, hasta un editorial.  Se recibieron visitas o mensajes de pésame de los más altos dignatarios. Famosos artistas la acompañaron en su última gira. En Miami y en Nueva York, sus admiradores le dijeron adiós en un velorio que mezclaba el dolor de su partida con la alegría que nos legó en una música que la sobrevive. Cubanos, venezolanos, puertorriqueños, mejicanos, españoles, argentinos, nicaragüenses, todos dijeron presente. Viajaron desde lejos. Hicieron cola bajo el sol. Llevaban banderas, letreros, estampitas, fotos de Celia, sobrecitos de azúcar prendidos a la ropa. “La negra tiene tumbao” escribieron en sus camisetas. Lloraban, reían, aplaudían, rezaban, bailaban. Todo en la mayor armonía, el mayor respeto. Y como si un hálito de poesía los animara, hablaban a la prensa en hermosas frases: “Celia es la estrella de la bandera.” “Celia es la garganta de la isla”. “Se nos fue la reina negra”. “Se llevó el azúcar para el cielo.”

     ¿Qué extraño secreto guardaba esta mujer que conquistó tanta fama como cariño?  Celia poseía las mayores virtudes de los cubanos, y ningunos de nuestros defectos.

     Los cubanos nos hemos destacado en todo (o casi todo): –literatura, artes plásticas, ballet, medicina, negocios, docencia, béisbol, boxeo, ajedrez, esgrima– pero en ningún campo hemos mostrado mayor talento que en el de la música.  De Esteban Salas a Leo Brauer, de Ignacio Cervantes a Manuel Barruecos, de  José White a Aurelio de la Vega, de Eduardo Sánchez de Fuente a Julián Orbón, de Ernesto Lecuona a Silvio Rodríguez, de Gonzalo Roig a Pablito Milanés, de René Touzet a Arturo Sandoval, de Sindo Garay a Polo Montanés,  de Esther Borja a Albita, de Compay Segundo a Paquito D´Rivera, de Elena Burke a Olga Guillot,  de Jorge Bolet a Olga Díaz, de Bola de Nieve a Chucho Valdés, de Rita Montaner a Gloria Estefan, del Trío Matamoros a los Van Van, de Benny Moré a Celia Cruz, la lista de compositores e intérpretes que han paseado nuestra música por la isla y por el mundo entero sería interminable. Y en esa constelación,  Celia brilló con luz propia. Por su innato talento. Por su voz inigualable. Por el ritmo de su cuerpo. Por su capacidad de trabajo. Su profesionalismo. Su calidad humana.

     Celia nació pobre, mujer y negra. La situación política en su país la convirtió en exiliada. Estas desventajas no la desanimaron. Su exitosa carrera musical representa, también, el triunfo del espíritu emprendedor de sus compatriotas sobre todas las adversidades.  Su matrimonio con Pedro Knight, los lazos tan estrechos que la unían a sus hermanos, sobrinos, ahijados  e íntimos son reflejo de los valores de familia y amistad de la Cuba mejor. 

     Supo combinar la disciplina más férrea con la espontaneidad más natural.  Siendo la más cubana de las cubanas, también fue la más universal. No sólo cantó en el mundo entero, sino que incorporó ritmos de otras tierras a los de la suya. Permitió, como Martí quería, que el mundo se insertara en Cuba.

     La humildad no es característica que nos distinga. Los hijos de la Perla de las Antillas solemos creer que nos las sabemos todas. Celia, sin embargo, escuchaba consejos. Nunca la fama alimentó su vanidad. Por el contrario, sus triunfos la hicieron más accesible a su público. Para cientos de jóvenes artistas no sólo fue ejemplo y guía, sino que los ayudó en  cuanto estuvo a su alcance. Compartió escenarios con todos: desde Pavarotti a nuevos talentos.

     Se mantuvo vigente hasta el final, porque no quiso, como otros, vivir del pasado. Su reloj no se detuvo el día que se fue de Cuba ni vivió de la nostalgia. Se reinventó a sí misma a cada paso. Por eso su éxito fue inagotable. Por eso generaciones y generaciones han bailado y bailan con sus discos. Yo lo hice en mi adolescencia con su “hierberito”. Hoy mis nietos se contonean al ritmo de “La vida es un carnaval”.

     A Celia nunca se le escuchó una palabra peyorativa sobre nadie. Parecía alérgica al chisme, las capillitas, los celos, las mezquindades. Su generosidad no tuvo límites. Dio de su tiempo y talento a importantes obras caritativas, como la Liga Contra el Cáncer.  También se daba de otra forma: con una palabra cariñosa, un gesto inesperado, la dedicatoria en una foto, el envío de una postal de su puño y letra.  Muchas anécdotas sobre Celia reflejan esa capacidad suya para el toque íntimo, personal.

Le dolía no poder cantar en su Patria. Pero cantó para ella  en todos los escenarios del mundo. Nunca se dejó utilizar ni por tirios ni troyanos.   Supo distinguir entre el estado y la nación, entre la ciudadanía y la nacionalidad. Por eso no necesitaba retórica barata ni estridencias altisonantes. Lo suyo era Cuba, y llevar alto su nombre. Sus éxitos eran los de la nación, y lo sabía. Quizás, por eso, la decencia y la sencillez presidieron todos sus actos.  No importaba que llevara pasaporte americano. Apenas hablaba inglés. Su garganta estaba hecha de tambores y huracanes. Su corazón, de azúcar. Su cuerpo se movía con la gracia de un cañaveral. Los colores del trópico –naranja sol, azul Varadero,  blanco cresta de ola, verde cañaveral,  plata de luna– rompían en arco iris en sus vestidos y pelucas.

Nos daba, entre tantos regalos, lo que más tenía: tumbao, carnaval,  son, guaracha, alegría de vivir. Pero nos dio más. Nos dio un ejemplo de serena dignidad, una lección callada entre tanta sandunga. Al final, cumplió el deseo de su padre de ser Maestra, y con mayúscula.  Criolla y cosmopolita, risueña y profunda, populachera y elegante, en su música dejó un legado imperecedero que trasciende tiempo y espacio. Vence a la muerte.

Celia reinó en una isla que nunca tuvo monarquía. Se fue de Cuba pero vivía también allí. Como Cuba vivía en ella. Representa, sin duda, lo mejor de nosotros.

          Publicado en Diario las Américas, 24 de julio de 2003, y reproducido en mi libro Morir de Exilio, Miami: Ediciones Universal, 2006, 159-161

Acerca de uvadearagon

escritora cubana
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3 respuestas a Celia, lo mejor de nosotros

  1. dovalpage dijo:

    Qué hermoso homenaje.

  2. cecilio1942 dijo:

    Una gran artista y cubana como la copa de un pino. Orgullo de todos los cubanos. La generosidad de ella era conocida por artistas cubanos que truvieron la oportunidad de compartir con ella. Gracias, querida Uva.

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