Semblanza de José Ignacio Rasco

Publicado en Diario Las Américas 10/24/2013

José Ignacio Rasco (1925-2013) Foto: Armando Terrón

José Ignacio Rasco
(1925-2013)
Foto: Armando Terrón


José Ignacio Rasco fue un hombre singular. Habanero e hispanista. Criollo y universal. Profundo, filosófico; bromista, querendón. Sabía enseriar el pensamiento y suavizar con una sonrisa el momento más tenso.

Profesor de muchos, se sentía el eterno estudiante. Leía subrayando, anotando, aprendiendo. Orador y escritor, prefería los verbos. Como San Ignacio, era hombre de acción. Viajar, denunciar, andar, fundar, argumentar, aunar, formaban parte de su diccionario vital. También invitar, reír, bailar, yantar, dar, amar.

Maestro del punto y seguido, del juego de palabras, del neologismo ocurrente, su estilo reflejaba su personalidad poliédrica. Sus facetas eran muchas –político, ensayista, periodista, abogado, profesor, animador de la cultura– pero su esencia era indivisible. Siempre fue uno y el mismo.

Amaba a Dios por encima de todas las cosas, este hombre de mundo, que desbordaba joie de vivre. Figura pública, fue siempre hombre de familia. El viajero incansable estaba a gusto en la intimidad del hogar, junto a Estela, su compañera por más de medio siglo. Anfitrión generoso, su casa permanecía abierta a todos, en tiempos buenos y malos. El venerable bisabuelo conservaba la curiosidad y limpieza de espíritu de los niños.

En apariencia alegre, habitaba en lo más hondo de su ser un punto de callada tristeza. Le dolía Cuba. Conocía las virtudes de sus compatriotas. También, nuestros defectos. Recorrió el mundo abogando por la libertad y la democracia para la isla. En 1959, cuando desmontaban la República, fundó el Partido Demócrata Cristiano. Sus armas no eran los rifles sino las ideas. Quiso, antes y después del primero de enero, encaminar a Cuba por la vía de las elecciones, el plebiscito, el estado de derecho. Hubiera preferido siempre el diálogo honesto que el monólogo impostor. Trató con presidentes y primeros ministros; con líderes obreros, hombres y mujeres sencillos.

Disfrutaba lo bueno y hasta lo mejor, pero, martiano de corazón, hubiera echado con gusto su suerte con los pobres de la tierra. Amaba la poesía. Al igual que Antonio Machado, era un hombre bueno, y en su último viaje, se nos fue ya ligero de equipaje. Amaba la etimología de las palabras, porque iba invariablemente a la raíz. Sabía bien que cordial proviene de corazón, y amistad, de amor.

Creía en la democracia como el mejor sistema para encauzar las sociedades. El cristianismo nunca fue para Rasco un mero rito, una oración repetida, sino parte intrínseca de su yo más íntimo. No separaba lo humano de lo divino, la carne del espíritu. El humanismo cristiano, el respeto a la persona humana, lo atrajeron al pensamiento de Jacques Maritain. De ese ideario hizo un modo de vida. Jamás perdió la brújula. En el naufragio de la tragedia cubana, él apuntaba siempre hacia lo más alto. Su mayor aspiración era contribuir al bien común. Tuvo discípulos, seguidores.

Al igual que el Santo de Loyola, era líder, diplomático. Y como él, además del intelecto, ponía el sentimiento y la emoción en todas sus acciones. Por eso cada una de sus páginas mantiene el calor de lo vivido. Su espada fue la pluma. Abogado, sabía que un mal arreglo era mejor que un buen pleito. Realista, repetía que lo perfecto es enemigo de lo bueno. Amante de tradiciones e incapaz de entender el mundo cibernético, fue, sin embargo, un hombre moderno. Sus valores éticos eran inalterables, pero creía en un Dios más misericordioso que justo.

No supo de rencores. Censuraba el pecado; perdonaba al pecador. Activista enérgico, era asimismo político conciliador. No pretendía llegar a acuerdos unánimes. Anhelaba sólo la unidad de propósito. Respetaba la diversidad de opiniones, sin que por ello cediera jamás en sus principios fundamentales. San Agustín le había enseñado que el conocimiento es amor. De ahí brotaba su afán por aprender y enseñar.

La justicia social fue uno de sus caballos de batalla desde sus años en la Agrupación Católica Universitaria. Rechazaba la clonación de seres humanos idénticos que pretendía el comunismo; escogía, en vez, la equidad necesaria. Repetía a menudo otra de las frases del santo de Hipona: “En lo esencial, unidad; en lo dudoso, libertad; pero en todo, caridad.”

Tenía de Quijote y de Sancho Panza. Idealista y pragmático. Su Dulcinea fue Cuba, inalcanzable siempre. Hombre del siglo XX, no cabalgó sobre Rocinante sino a bordo de aviones. Por eso me parece simbólico que haya muerto el 19 de octubre a las 7:47 de la mañana, como si se nos hubiera ido en un Boeing747 -un jumbo jet- hacia puerto seguro. Buen viaje, Maestro

Acerca de uvadearagon

escritora cubana
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3 respuestas a Semblanza de José Ignacio Rasco

  1. Heros, Sonia T dijo:

    Querida Uva,

    Que bello tu escrito y “homenaje” a J. I. Rasco, como lo he disfrutado, mil gracias por compartirlo.
    Un abrazo,
    Sonia

  2. Teresa dijo:

    Gracias Uva por acercarnos cálidamente a la humanidad de José Ignacio Rasco. Respetado y querido por los que tuvimos el privilegio de compartir con el. Es una gran pérdida.
    Teresa Llerena-Pérez, Instituto de Cultura Hispánica de Miami

  3. Fifi Smith dijo:

    Inspirador (Uvita) 🙂 bien bonito! F.

    From my I Phone

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